Basheer Nafi
Middle East Eye
Traducida del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El mundo entero debería tomar las calles para decirles a rusos y estadounidenses que no toleran que se siga masacrando al pueblo sirio.
A partir del 21 de abril, los aviones de combate del régimen del presidente sirio Bashar al-Asad, apoyados por la fuerza aérea rusa, reanudaron el brutal, destructivo e indiscriminado bombardeo de Alepo, la ciudad más grande del país. La presencia de fuerzas de oposición en Alepo, el centro urbano más antiguo del mundo y la ciudad que alberga una parte del patrimonio más preciado de la civilización, supone un insulto grave y una vergüenza para un régimen que afirma tener derecho a continuar gobernando el país.
Durante semanas, y a la luz de los tropiezos de las negociaciones en Ginebra sobre la crisis siria, ha quedado claro que el régimen está tratando de imponer un cerco sobre la ciudad como preludio del intento de apoderarse de ella y cambiar los equilibrios de poder en el norte de Siria. Sin embargo, el bombardeo de Alepo y de sus zonas rurales no atacó a las fuerzas de oposición ni sus cuarteles y posiciones. Durante dos semanas, los bombardeos acribillaron distritos residenciales, hospitales, almacenes de medicinas, escuelas y mezquitas, causando cientos de muertos entre los civiles e hiriendo a miles de ellos.
Al igual que sucedió antes en Homs, y del mismo modo que siguen intentando hacer en la zona rural de Damasco, el régimen de Asad no tiene posibilidades de recuperar el control sobre Alepo como no sea a través de la muerte y la destrucción brutal. En todos los casos de regímenes gobernantes minoritarios, tan pronto como la mayoría empieza a exigir sus derechos y a rebelarse contra la relación de servidumbre, la violencia se convierte en la única arma utilizada para recuperar el control. Esta fue la misma política a la que Gadafi acudió en su día; esta es la que Ben Ali intentó llevar a cabo y esta es la que el régimen de Asad y el régimen golpista en Egipto están desarrollando en estos momentos.
Hay un dicho actual en el lenguaje político de Oriente Medio: el mundo árabe islámico está siendo testigo de una feroz confrontación entre dos ejes, el chií, dirigido por Irán, y el sunní, encabezado por Arabia Saudí o Arabia Saudí y Turquía. Efectivamente, hay un bloque que está dirigido por Teherán, que puede denominarse chií o iraní o lo que sea. Este bloque incluye a Hizbolá, lo que queda del régimen de los Asad en Siria y a la mayor parte de las fuerzas políticas chiíes en Iraq. Por otra parte, el bloque opuesto no representa una coalición o eje convencional. No hay duda de que lo que Alepo está viviendo representa un testimonio viviente del desequilibrio extremo de poder entre la política liderada por Irán y aquellos que caen dentro del campo de tiro de esa política, y quienes caen muertos o heridos a cientos como consecuencia de ella.
Quedó claro, cuando entró en vigor el acuerdo de cese de todas las hostilidades en Siria, que era demasiado pronto para apostar por el éxito de la vía de las negociaciones respecto a la crisis siria. Las posiciones de las partes en conflicto estaban aún demasiado alejadas, tanto que resultaba bastante difícil tender un puente sobre ellas. Al mismo tiempo, la victoria militar en el campo de batalla estaba aún distante para las dos principales partes en la crisis.
Durante los últimos dos meses, y contrariamente a las ilusiones que rumoreaban sobre la existencia de un acuerdo entre EE.UU. y Rusia acerca de una solución de algún tipo, había crecientes indicios de que Moscú y Washington estaban abordando el proceso de negociaciones por entregas y no de un tirón.
No ha habido nunca, en ningún momento, un acuerdo ruso-estadounidense o una receta lista para alguna solución. Las negociaciones se iniciaron en Ginebra, después pararon, después se reanudaron una vez más, después pararon de nuevo. Esto se debió al hecho de que el nivel de concordia entre los dos patrocinadores internacionales era muy bajo y no tocaba las cuestiones más importantes a negociar. Esto fue lo que proporcionó al régimen el momento oportuno para romper el acuerdo de alto el fuego y volver a la escalada militar. Pero esta vez la escalada alcanzó niveles de prolongada brutalidad no conocidos antes por los sirios desde el comienzo de la revolución contra el régimen de Asad en la primavera de 2011. En primer lugar, porque el régimen no prestación atención alguna a la opinión pública árabe o mundial. En segundo, porque Asad no reconoce fuerza alguna que sea capaz de disuadir al bloque que le apoya y sustenta su guerra contra el pueblo sirio.
En cualquier caso, lo que es cierto es que Alepo no va a caer en manos del régimen. El régimen puede destruir la ciudad y no dejar piedra sobre piedra. Puede asesinar a sus habitantes uno a uno sin escatimar niños, mujeres o ancianos. Pero no importa lo lejos que sea capaz de llegar en esta política de muerte y destrucción, no podrá hacerse con el control de la ciudad.
Alepo, al igual que todo el pueblo sirio, no va a volver a la servidumbre y no sucumbirá de nuevo al dominio de la minoría. Lo que resulta cierto también es que, con independencia del destino de Alepo y de su pueblo, la posición del pueblo sirio y de las fuerzas políticas sirios y de los grupos armados no va a cambiar: no habrá negociaciones, ni en Siria ni en ningún otro lugar.
Los sirios tomaron las calles hace más de cinco años para exigir libertad y una vida honorable para sus hijos. Después de tanta muerte y destrucción como les ha infligido el régimen, los sirios se muestran más decididos e insistentes en sus demandas de cambio y de una vida honorable.
Sin embargo, el silencio ante lo que está pasando en Alepo tendrá repercusiones a nivel de la región y de sus pueblos. Lo que sucede dentro de Siria, al igual que todo lo que se vive dentro de Egipto o Yemen, no afecta a un único país sino que afecta a todos los pueblos de la esfera árabe-islámica. Se trata de pueblos interconectados que están vinculados por una historia y un espacio estratégico, que es muy probable que acaben teniendo el mismo destino. Los ecos de las revoluciones tunecina y egipcia no tuvieron repercusiones dentro de Angola o Uzbekistán sino dentro de Libia, Yemen, Siria y Jordania.
Hoy en día, no hay duda de que la abrumadora mayoría de los árabes simpatizan con sus hermanos de Siria, algo que se ha hecho evidente a partir de las reacciones de activistas políticos y académicos, así como por las expresiones de protesta e indignación aparecidas en los medios de comunicación modernos. Sin embargo, eso no es en absoluto suficiente. En caso de que las violaciones perpetradas contra los egipcios en Rabaa, los sirios en Ghuta, Homs y Alepo, y los yemeníes en Taiz e Imran queden sin castigo, los tiranos se envalentonarán para seguir profanando la vida de cada uno de los ciudadanos y las vidas de todos los árabes.
Por otra parte, los países que están al lado del pueblo sirio y de su revolución y que llevan años tratando de poner un límite al proyecto expansionista iraní y a las fisuras sectarias que ha causado, son conscientes ahora de que han perdido algo más que una oportunidad en los últimos cinco años. La única realidad sobre la revolución siria es que cuanto más se alargue la confrontación, peor serán las cosas, y no sólo para los sirios sino también para toda la región. No se aprecia seriedad alguna, ni en Siria ni en Teherán, en relación con el curso de las negociaciones sobre la crisis. A menos que el equilibrio de poderes en Oriente Medio se reestructure a partir de bases justas y razonables, la violación de Alepo no será más que el principio de los horrores que todavía esperan a Siria y a otros escenarios de conflicto en la región como Iraq, Yemen y el Líbano.
Por tanto, ¿qué habría que hacer?
Lo primero de todo, los pueblos deben tomar las calles de sus capitales y ciudades para expresar una posición inequívoca sobre lo que está sucediendo en Siria. Deben hablar en los términos más claros y decir a rusos y estadounidenses que los árabes, todos a una, no aprueban que se continúe masacrando a los sirios. Las anteriores oleadas árabes de manifestaciones y protestas contra la agresión israelí en Gaza y el Líbano no se quedaron sin resultados o efectos.
Además, la gente tiene el deber de aportar toda la ayuda que pueda permitirse para ayudar a los sirios a mantenerse firmes frente a esta guerra brutal, emprendida por las elites gobernantes en Damasco y sus aliados en Teherán y Moscú. Sin embargo, la mayor responsabilidad recae sobre los hombros de los Estados que apoyan al pueblo sirio y que tienen una relación directa con lo que sucede en el interior de Siria y de la región como un todo. Entre esos Estados están, ante todo, Arabia Saudí y Turquía.
Ciertamente que este no es el momento de una respuesta emocional, especialmente porque su contención en la intervención durante los últimos años ha hecho que la situación en Siria sea más compleja. Nadie tiene derecho a inducir a Ankara y Riad a que se embarquen en una aventura mal calculada.
Pero, ¿dónde está el sentido de observar la movilización de miles de mercenarios chiíes de Afganistán, Iraq, Líbano e incluso de los mismos Estados del Golfo para luchar junto a un régimen fascista criminal mientras se prohíbe a los jóvenes árabes que ofrezcan cualquier ayuda humana o financiera a las fuerzas revolucionarias sirias?
¿Dónde está el sentido de observar los depósitos de armas suministrados a las tropas del régimen mientras se impide que los revolucionarios consigan las armas necesarias para defenderse? ¿Y dónde está el sentido de observar cómo los aviones de combate rusos vuelcan su carga encima de las cabezas de los sirios mientras a las fuerzas de la revolución siria se les niega la posesión de cualquier arma antiaérea? Hay tantas cosas que podrían hacerse en Siria con tan sólo tener voluntad de hacerlas. Todo lo que se necesita es voluntad.
Basheer Nafi es un destacado investigador del Centro de Estudios de Al Jazeera.
Fuente: http://www.middleeasteye.net/columns/fate-aleppo-fate-syria-and-fate-region-734419027
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